Alatriste regresa: Pérez-Reverte defiende la literatura en El hormiguero
Pérez-Reverte regresó al plató de Antena 3 con una misión clara: presentar la octava entrega del Capitán Alatriste tras catorce años de silencio. «Misión en París» llega cargada de referencias contemporáneas —Pablo Iglesias, Mazón, Ábalos se cuelan entre las páginas del Siglo de Oro—, confirmando que el autor mantiene intacta su capacidad para establecer puentes entre épocas.
El momento más revelador llegó cuando Pablo Motos intentó desviar la conversación hacia territorio pantanoso. La respuesta de Pérez-Reverte fue contundente: «Yo he venido a hablar de mi libro aquí, eh». No fue petulancia. Fue defensa territorial de lo que importa. En una época donde el escritor se convierte en opinador profesional de todo, Pérez-Reverte marcó límites: «Soy un tipo que cuenta historias».
Esta posición no es casual. Refleja una concepción del oficio literario que trasciende la espectacularización mediática. Cuando describió su regreso a Alatriste como «volver otra vez a jugar con un viejo amigo de la infancia», reveló la dimensión íntima de la creación. Los personajes no son herramientas, son compañías. El escritor no manipula, convive.
La entrevista confirmó que Pérez-Reverte mantiene su fe en los jóvenes. «Lo mejor que hay en España son nuestros jóvenes», declaró, reconociendo en ellos «la solidaridad, el coraje, la generosidad» que nadie les ha enseñado. Su consejo permanece invariable: cuestionarlo todo, evitar las palabras con mayúscula, mantenerse en «la saludable incertidumbre de la ambigüedad».
Pablo Motos insistió en llevar la conversación hacia la inmigración. Pérez-Reverte cedió finalmente, pero no sin incomodidad visible: «Me has metido en un jardín de cojones». La frase resume la tensión entre el escritor que quiere hablar de literatura y el medio que demanda posicionamiento político. Pérez-Reverte distinguió entre inmigración legal —»necesaria porque nadie quiere hacer ciertas cosas»— e ilegal —»inevitable, todos los imperios acaban siendo invadidos por bárbaros». Respondió, pero mantuvo la distancia del observador.
Sus análisis políticos sobre Sánchez —»está solo, nadie de los suyos lo quiere de verdad»— y Feijóo —»mejor presidente que líder de oposición»— confirmaron su agudeza para diseccionar el poder. Pero el verdadero Pérez-Reverte apareció al hablar de Alatriste, de los catorce años de pausa, de la madurez que permite revisitar universos narrativos con nueva perspectiva.
La literatura necesita defensores que no confundan el oficio con la tribuna. Pérez-Reverte lo demostró en directo. Acudió a presentar un libro y se negó a convertirse en tertuliano ocasional. En tiempos donde todo se politiza, su «he venido a hablar de mi libro» suena a declaración de principios. Los escritores cuentan historias. Los políticos buscan votos. La diferencia importa.
«Misión en París» cierra un círculo de tres décadas. Alatriste regresa cuando España necesita referentes que no se doblen ante la presión mediática. Pérez-Reverte ofreció la lección en vivo: el escritor que respeta su oficio impone sus condiciones. La literatura no se negocia.