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Reescrituras mitológicas y revisionismo histórico

Reescrituras mitológicas y revisionismo histórico

Revistas, cátedras y demás gente de moqueta llevan un tiempo babeando con la «reescritura mitológica» y el «revisionismo histórico», como si acabaran de descubrir la rueda. Tonterías: se trata, simple y llanamente, de un puñado de narradores que han decidido darle la vuelta al calcetín para mostrar las costuras mugrientas de esos cuentos de dioses y héroes que nos vendieron como oro macizo.

No crean que me he puesto ahora, a mis años, a recitar a Homero en versión karaoke. El asunto es otro: ¿de verdad alguien tragaba que Penélope estuviese veinte años tejiendo y destejiendo como una pazguata mientras Ulises se lo pasaba pipa por el Mediterráneo? Eso lo cree sólo quien no ha pisado un puerto al alba. Hoy los mitos llegan cargados de madres feroces, víctimas que ya no bajan la cabeza y carniceros con nombre y apellidos. Circe deja de ser la bruja exótica para convertirse en la jefa de un refugio para mujeres apaleadas; Medea ya no es la “loca” de siempre, sino una migrante con el idioma hecho trizas y razones de sobra para odiar al griego con toga y sonrisita civilizada.

En paralelo, el revisionismo histórico descuelga medallas y rompe estatuas. La Conquista de América, por ejemplo, no fue la fiesta de curiosos evangelizadores que pintan algunos museos: fue una carnicería en toda regla, un negocio de oro, sangre y pólvora. Ahora son los narradores indígenas quienes cuentan la película, y en sus páginas huele a carne quemada y pólvora húmeda, no a incienso de procesión.

Lo mejor del invento es el modo en que estos autores se ensucian las manos: mezclan crónicas apolilladas, cartas falsas, fotografías retocadas y hasta mensajes de WhatsApp imaginarios. El texto se fragmenta y saltan chispas: hablan esclavas, sirvientes, diosas de segunda; la academia, con sus latinajos, observa desde la grada mientras el público se pone de parte del coro. No falta el anacronismo deliberado: smartphones en Troya, drones sobre Micenas. El mensaje es claro: el poder de hoy es el mismo de entonces, sólo que con mejores antenas.

Otra cosa: el mercado. Siempre atento, coloca pegatinas de “diversidad” para vender la mercancía como rosquillas durante la cuaresma. Aun así, bienvenidos sean estos libros: exponen miserias que muchos preferirían seguir enterrando bajo palabra de honor y desfiles patrios.

La llamada “novela reparadora” no es un panfleto blandengue, es un arma blanca: reescribe para arañar la pintura barata que cubre al Imperio, desvela los esqueletos ocultos bajo las losas conmemorativas. Si alguien lo discute, que salga a la plaza y se atreva a mirar a los fantasmas que todavía patrullan nuestras calles.

Y punto.

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