He leído Por si un día volvemos, la última de María Dueñas, y joder, no es cualquier cosa. Dueñas, esa mujer que con El tiempo entre costuras nos metió de cabeza en un mundo de espías y costuras en la España de la Guerra Civil, ahora nos arrastra a Orán, esa ciudad argelina que huele a salitre mediterráneo y a promesas rotas. Publicada en 2025 por Planeta, esta novela es como un viejo mapa de navegación: te lleva por rutas conocidas pero con vientos que te desvían hacia lo inesperado. No es una de esas historias blandas para pasar el rato en la playa; es un puñetazo en la mesa, un recordatorio de que la historia no es un cuento de hadas, sino un campo de batalla donde la gente común sangra y sobrevive.
La trama gira en torno a Cecilia Belmonte, una joven que desembarca en Orán en los años 20 del siglo pasado, con un nombre falso colgado al cuello como un salvavidas y un pasado que la persigue como un perro rabioso. Estamos en la Argelia francesa, ese pedazo de África con pulso español y administration gala, donde el colonialismo se pudre lentamente como una fruta olvidada al sol. Dueñas teje la vida de Cecilia –sus amores imposibles, sus traiciones y su lucha por no hundirse– con las memorias de los pieds-noirs, esos españoles emigrados que se jugaron el pellejo en busca de un futuro mejor, solo para verse atrapados en el torbellino de la independencia argelina. No hay héroes de cartón piedra aquí; hay gente de carne y hueso, con sus miserias y sus cojones, navegando por un mar de arena donde el exilio no es una palabra bonita, sino una herida que no cierra.
El estilo de Dueñas es como un sable bien afilado: directo, sin florituras innecesarias, pero con una elegancia que te clava en el sitio. No es de las que se pierde en descripciones interminables; pinta Orán con cuatro pinceladas precisas –el bullicio de los zocos, el calor que te aplasta como un yunque, la tensión racial que hierve bajo la superficie– y te mete de lleno en la acción. Hay ecos de mi propio gusto por lo histórico, coño, como en mis Alatriste, donde la historia no es un decorado, sino el motor que impulsa a los personajes a jugársela todo. Dueñas maneja el tiempo como un capitán experimentado: salta de los años 20 al declive colonial de los 50 y 60, con flashbacks que no marean, sino que iluminan, revelando secretos familiares y traiciones que te dejan con el estómago revuelto. Y el lenguaje, multilingüe –español mezclado con francés y árabe–, le da un sabor auténtico, como si estuvieras oyendo las voces de esos emigrantes en una taberna portuaria.
Los personajes son lo que hace que esta novela no sea solo una lección de historia, sino un puñetazo al alma. Cecilia no es una damisela en apuros; es una mujer forjada en el fuego, luchadora y carismática, con cicatrices que la hacen real. Me recuerda a esas figuras femeninas que he retratado en mis libros, como Teresa en La Reina del Sur, mujeres que no piden permiso para sobrevivir en un mundo de hombres y balas. Los secundarios –emigrantes españoles, funcionarios franceses, árabes en las sombras– no son extras; son ecos de una diáspora olvidada, los pieds-noirs que Dueñas rescata del polvo de los archivos para darles voz. Hay empatía aquí, pero no de la blanda: es cruda, como reconocer que el colonialismo fue un jodido error que dejó un reguero de vidas rotas.
Temáticamente, esto va de exilio, identidad y resiliencia, con un fondo de crítica al imperialismo francés que se desmorona como un castillo de naipes. Dueñas no predica; muestra, y eso es lo que vale. El título mismo –Por si un día volvemos– es un guiño irónico a esa nostalgia que nos come por dentro, recordándonos que volver no siempre es posible, y menos en un mundo donde las fronteras se dibujan con sangre. Hay simbolismo sutil, como el mar Mediterráneo que une y separa culturas, un puente roto que evoca las diásporas españolas de la posguerra. En un 2025 donde las migraciones siguen siendo noticia, esta novela pica como sal en la herida, cuestionando legados coloniales sin caer en lo panfletario.
Comparada con sus obras anteriores, esta es más introspectiva que El tiempo entre costuras, menos aventura y más alma herida, pero con la misma maestría para humanizar la historia. Si la pones al lado de autores como Ildefonso Falcones en La catedral del mar, Dueñas gana en sutileza femenina, enfocándose en lo personal sin perder el gran fresco histórico. Y sí, hay un eco de mis propias obsesiones: el peso del pasado, la lucha por la identidad en tiempos revueltos. No es perfecta –algunos giros podrían ser más afilados, como un cuchillo bien templado–, pero coño, es honesta, y en literatura, la honestidad vale más que mil adornos.
En resumen, Por si un día volvemos es una novela que te agarra por las solapas y no te suelta, un viaje por el infierno colonial que deja poso. Dueñas demuestra una vez más que sabe contar historias que importan, con personajes que sangran y un estilo que corta como el acero toledano. Si buscas literatura que no sea papilla para turistas, esta es tu brújula. Léanla, carajo, y verán cómo la historia no es un museo, sino un campo minado donde aún pisamos bombas.