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«Morir en la arena»: La espera como tortura

«Morir en la arena»: La espera como tortura

Leonardo Padura
Tusquets, 2025

Hay algo oscuro en la idea de esperar a un hermano que mató a tu padre. Padura lo sabe. Por eso construye «Morir en la arena» como una cámara de tortura donde el protagonista aguarda durante siete días la llegada de su hermano asesino. Una semana para que aflore todo lo que una familia prefirió enterrar.

Rodolfo es un hombre mayor, jubilado, solo. Su hermano Geni cumplió condena por asesinato. Pronto saldrá de la cárcel. Estas son las únicas certezas. Todo lo demás son heridas mal curadas que supuran cuando se las toca.

La novela funciona porque Padura entiende que las familias son organismos enfermos. Cada secreto genera infección. Cada silencio alimenta la gangrena. El escritor cubano no busca explicaciones psicológicas. Simplemente expone los hechos y deja que el lector saque sus propias conclusiones sobre la naturaleza humana.

Rodolfo recuerda, pero sus recuerdos son selectivos. Omite lo que le conviene omitir. Justifica lo que necesita justificar. Es un narrador parcial, y Padura es lo suficientemente inteligente como para no corregirlo. La verdad emerge sola, por los huecos del discurso.

La Cuba de la novela está enferma también. Es un país de viejos que esperan morirse y jóvenes que esperan irse. Rodolfo forma parte de una generación traicionada, pero Padura no siente pena por él. Le interesa más observar cómo la frustración se convierte en resentimiento y el resentimiento en violencia.

El regreso de Nora, la mujer que Rodolfo amó y perdió, introduce una falsa esperanza. El amor tardío como tabla de salvación. Pero incluso esta relación está contaminada por el pasado. No hay redención posible cuando las bases están podridas.

Padura escribe sin efectismos. Su prosa es funcional, casi administrativa. Describe la violencia como quien anota gastos en un cuaderno. Esta frialdad es lo que hace que el libro resulte inquietante. No hay dramatismo, solo hechos que se acumulan hasta formar una montaña de dolor.

La estructura de la novela —una semana de espera— podría parecer artificiosa, pero funciona. La tensión crece porque el tiempo se agota. Cada día que pasa es un día menos para encontrar respuestas que probablemente no existen.

Geni, el hermano asesino, permanece en los márgenes de la narración hasta el final. Es una presencia amenazante que condiciona todo pero que no se materializa hasta las últimas páginas. Cuando finalmente aparece, resulta decepcionante. Los monstruos siempre lo son.

«Morir en la arena» es una novela sobre la imposibilidad del perdón. Sobre familias que se devoran a sí mismas. Sobre países que traicionan a sus hijos. Padura no ofrece consuelo. Se limita a mostrar el mecanismo que convierte a las víctimas en verdugos y a los verdugos en víctimas.

El final no resuelve nada. Los personajes siguen siendo los mismos, solo que ahora conocen mejor sus limitaciones. Es un final honesto para una novela que no promete salvación.

Padura ha escrito un libro incómodo. Un libro que no se puede cerrar sin sentir algo parecido al alivio. Es literatura necesaria, esa que nos recuerda que la realidad siempre es más cruel que cualquier ficción.

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