El nuevo poemario de María José Pérez Grange, una de las voces femeninas más prestigiadas del panorama actual, se titula Luces en la sombra (Ediciones Vitruvio, 2025), y se inscribe en una tradición lírica donde la palabra se erige como lugar de recogimiento, búsqueda y revelación interior. Desde el mismo título, se nos propone una paradoja fecunda: la luz que nace de la sombra, la claridad que se abre camino en medio de lo velado.
La voz poética se mueve en un territorio liminar, entre el dolor y la esperanza, la finitud y la trascendencia, lo terrestre y lo espiritual. Muchos de los poemas parten de una sensación de pérdida, de vacío o de fatiga existencial —“Arena en los ojos”, “En mi soledad”, “Olvido”—, pero en ellos siempre se abre un resquicio hacia la claridad, hacia un renacimiento íntimo que no es triunfo altisonante, sino descubrimiento humilde y sereno.
La escritura se nutre de un rico repertorio simbólico: el mar, el río, el sol, la gaviota, la aurora, los árboles, la campana… Todos estos elementos naturales y cotidianos se convierten en mediadores entre el yo y una realidad mayor, entre lo íntimo y lo cósmico. En ese sentido, Pérez Grange escribe desde una tradición mística y meditativa, donde la naturaleza no es un decorado sino un espejo espiritual. Se percibe una sensibilidad cercana a la poesía religiosa y al mismo tiempo a la contemplación simbolista, como si los paisajes fueran cifras secretas de lo invisible.
El tono del libro oscila entre la elegía y el himno. Hay poemas atravesados por la conciencia del dolor y la fragilidad —“Llanto”, “Ignorando la vida”—, y otros que estallan en júbilo y afirmación —“Una nueva aurora”, “Pleno día”, “Voluntad”. Esa tensión es, quizá, la que da unidad a la obra: un itinerario espiritual que no niega la sombra, sino que la atraviesa para descubrir en ella la posibilidad de la gracia.
En lo formal, el libro rehúye la experimentación estridente y se apoya en un verso libre claro, sobrio, de tono meditativo. Su fuerza está en la cadencia, en la capacidad de crear un ritmo de plegaria y canto, donde la emoción se transmite no por la sorpresa verbal, sino por la transparencia y la hondura de las imágenes. Cada poema parece escrito para ser dicho en voz baja, como una confidencia.
Luces en la sombra es, en definitiva, un poemario de madurez interior, que ofrece al lector un espacio de silencio y resonancia. No se trata de una poesía que busque la innovación formal, sino la autenticidad de una experiencia vivida, transfigurada en palabra. Y es precisamente esa fidelidad a la verdad íntima lo que le otorga su fuerza: la certeza de que aún en medio de la sombra, la poesía puede encender su lámpara y abrir un horizonte de esperanza.