Hablar de Luis García Montero es hablar de uno de los poetas más queridos, leídos y controvertidos en la España actual. Nacido en Granada en 1958, no solo es autor de una obra poética fundamental, sino también profesor, ensayista, novelista y, desde hace unos años, director del Instituto Cervantes. Pero, por encima de todo, García Montero ha sabido construir una poesía que dialoga con la vida cotidiana, con la memoria y con los sentimientos más comunes.
En los años ochenta, cuando empezaba a publicar, la poesía española buscaba nuevos caminos tras la dictadura y la transición. Junto a otros autores, García Montero impulsó lo que se llamó la “poesía de la experiencia”. La idea era sencilla: volver a una poesía clara, comprensible, cercana al lector, que hablara de lo que vivimos todos —el amor, la amistad, la ciudad, el paso del tiempo— sin necesidad de un lenguaje hermético.
Para él, un poema no es un acertijo, sino una conversación. Por eso su tono es directo, como si estuviera charlando con un amigo en un café.
Su poesía se mueve entre lo íntimo y lo colectivo. Hay poemas de amor donde habla de la pareja en la vida diaria, de los gestos sencillos que sostienen una relación, o de la soledad que aparece cuando esas “habitaciones separadas” se imponen. Pero también hay una fuerte dimensión cívica: la memoria de la dictadura, la necesidad de justicia, la defensa de la dignidad frente al olvido o la indiferencia.
Para García Montero, lo privado y lo público nunca están separados. El amor puede ser una forma de resistencia, y la poesía política no se da en discursos grandilocuentes, sino en la mirada humana sobre lo que duele.
Si algo distingue a García Montero es la claridad. Utiliza un lenguaje sencillo, cercano, lleno de referencias al cine, la música o la vida urbana. Sus poemas parecen escenas de la vida cotidiana, pero en ellas late siempre una reflexión profunda sobre el tiempo, la memoria o la manera en que construimos nuestra identidad.
Algunos de sus títulos más conocidos son Habitaciones separadas (1994), con el que ganó el Premio Nacional de Poesía, un libro marcado por la melancolía y la soledad.
Completamente viernes (1998), quizá su libro de amor más celebrado, donde lo cotidiano se convierte en poesía. La intimidad de la serpiente (2003), con un tono más sombrío, reflexionando sobre el dolor y la memoria histórica. Balada en la muerte de la poesía (2016), una defensa del valor de la palabra poética frente a un mundo que parece querer arrinconarla. Un año y tres meses, (2023) con el que ganó el prestigioso Premio de la Crítica de Madrid, una elegía al fallecimiento de su esposa, Almudena Grandes.
Más allá de los premios y reconocimientos, García Montero se ha ganado un lugar especial porque su poesía conecta con lectores de muy distintas edades. Sus versos acompañan, consuelan, invitan a pensar y, sobre todo, transmiten la idea de que la poesía no es un adorno, sino una manera de mirar la vida con mayor intensidad.
Luis García Montero ha hecho de la poesía una conversación abierta con los lectores. Habla de lo íntimo sin olvidar lo colectivo, de lo cotidiano sin renunciar a lo profundo. Su legado es haber demostrado que los poemas pueden ser claros, cercanos y, al mismo tiempo, hondos y necesarios.