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La capitana, de Susana Martín Gijón. Cuando la monja se calza el hábito del detective

Cuando la monja se calza el hábito del detective

Hay algo en la Granada de 1585 que te devuelve la mirada, que te interpela desde el claustro donde yace un cadáver horriblemente desfigurado, y no es la Alhambra que domina la colina sino el secreto que late bajo las losas de un convento carmelita. Susana Martín Gijón, esa escritora sevillana que supo renovar el género negro desde las entrañas de Sevilla con su inspectora Camino Vargas, regresa al siglo XVI con La Capitana, y lo hace con la misma contundencia de quien sabe que la historia se escribe en femenino o no se escribe del todo. Porque esta no es una novela sobre el pasado es sobre el presente disfrazado de tiempo antiguo, sobre mujeres que gobiernan cuando nadie se lo permite, sobre cuerpos que cuentan verdades que nadie quiere escuchar.​

Sor Ana de Jesús, apodada «la capitana» por su mano firme al frente de las carmelitas descalzas, no es de esas monjas que rezan arrodilladas esperando que Dios resuelva los problemas terrenales. Es la sucesora de Teresa de Ávila, la mujer que extendió la orden allende las fronteras con voluntad de hierro, y cuando el cadáver aparece en su claustro no se limita a rezar un responso sino que se arremanga los hábitos y empieza a investigar. Junto a ella, San Juan de la Cruz, ese poeta místico que rige los destinos de los monjes desde una colina que mira a la Alhambra, se convierte en su cómplice detectivesco, en el dúo más singular que ha parido la novela negra histórica española. Y es precisamente esa alianza lo que sostiene la novela la amistad entre dos personas que comparten orden religiosa pero también lucidez, la capacidad de leer las manchas de sangre como si fueran versículos de un evangelio profano.​

La Granada que Susana Martín Gijón reconstruye es una ciudad devastada, todavía convulsa tras la expulsión de los moriscos, un bastión de la cristiandad donde la Corona ha decidido plantar su cruz con violencia. En ese contexto de ruina moral y económica, el asesinato no es solo un crimen es una amenaza a la reputación de la orden, un torpedo contra la credibilidad de quienes dependen de la caridad para sobrevivir. Y ahí radica la tensión de la trama no solo en descubrir quién mató y por qué, sino en hacerlo sin que tiemble el edificio entero de una institución que ya camina al borde del precipicio. Martín Gijón, licenciada en Derecho y especializada en Cooperación Internacional, sabe de qué habla cuando pone a sus personajes a negociar con el poder, a buscar justicia sin enfrentarse demasiado a los poderosos, porque esa es la eterna paradoja de quien quiere cambiar el mundo sin que el mundo te aplaste antes.​

La autora sevillana, galardonada con el Premio Cordoblack, el Premio Cubelles Noir y el Premio Granada Noir, entre otros, despliega en La Capitana una prosa elegante que Carmen Mola ha calificado de «todo un acontecimiento» y que Berna González Harbour describe como un abrazo a «la Historia en mayúsculas». Y tienen razón ambas, porque aquí no hay imposturas ni arqueología mal digerida lo que hay es una autora que sabe que contar el Siglo de Oro es contar también la miseria, la hipocresía, las luchas de poder entre órdenes religiosas y entre hombres que se creen dueños de la verdad. La novela funciona porque es negra de verdad, porque el claustro del convento se transforma en escenario del crimen con la misma eficacia narrativa con la que Martín Gijón construía las calles de Sevilla en su saga de Camino Vargas.​

Lo mejor de todo es que La Capitana no necesita inventar heroínas de laboratorio porque Sor Ana de Jesús existió de verdad, fue una mujer que se impuso en un mundo de hombres con inteligencia y firmeza, y ahora Susana Martín Gijón la rescata para convertirla en detective, en esa figura imprescindible que rastrea pistas mientras negocia con obispos y esquiva las trampas de una sociedad que prefiere a las mujeres calladas. Publicada por Alfaguara en octubre de 2025, esta novela de 440 páginas confirma que la fusión entre novela negra e histórica no es un capricho de marketing sino una forma legítima y necesaria de leer el pasado desde las preguntas del presente. Como dice Luis Zueco, solo queda respirar hondo, leer y que Dios nos pille confesados, porque lo que Martín Gijón cuenta aquí no perdona ni consuela solo alumbra.​

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