El último Malaussène: cuando la ficción agarra por el cuello a la realidad
Uno hubiera podido apostar que Pennac había enterrado a Benjamin Malaussène después de Aux fruits de la passion allá por el año 99, cuando la familia había agotado ya su repertorio de desgracias y el propio autor parecía harto de tanto follón doméstico. Pero no, señores. El francés ha vuelto veinte años después con los Malaussène bajo el brazo, y esta vez para rematarlos de una vez por todas con Término Malaussène, que cierra definitivamente la saga más chiflada de la literatura francesa contemporánea. Y vaya cierre. Pennac nos devuelve a esa tribu estrafalaria que habita en el corazón de Belleville cuando ya todos pensábamos que se había jubilado de fabricar disparates. Benjamin, Clara, Julius el Perro, la Tía Julia, el Pequeño, Jeremy… todos están ahí, pero veinte años mayores y con las mismas manías de siempre, metidos en un embrollo que mezcla secuestros de mentira que se vuelven verdaderos, escritores obsesionados con la «verdad verdadera», ancianos que comandan ejércitos de niños matones y una red criminal que tiene más recovecos que el metro parisino. El argumento da vértigo: lo que empieza como un secuestro fingido acaba siendo un rapto de los buenos, con Pépère, un viejo aparentemente inofensivo, dirigiendo una banda de mocosos criminales que haría palidecer a Fagin. Mientras tanto, Alceste, un escritor empeñado en destapar toda esta porquería en su nueva novela, se convierte en el objetivo de tipos que no están para bromas literarias. Y en medio de este berenjenal, los Malaussène esperan la llegada del pequeño Término, el nuevo miembro de la tribu que da título a la novela. Pennac ha envejecido, es verdad, pero su capacidad para mezclar géneros sigue intacta. Aquí caben desde residencias geriátricas hasta la ceremonia de los Nobel en Estocolmo, pasando por crítica literaria, sátira política y humor a raudales. Es como si hubiera metido en una coctelera todos los ingredientes de la Francia actual – corrupción, redes sociales, escritores vanidosos, policías incompetentes – y hubiera salido este cocktail explosivo que funciona a la vez como thriller familiar y como radiografía despiadada del presente. La gracia del asunto es que Pennac no ha perdido el pulso. Su prosa sigue siendo esa mezcla enviciante de ternura y ferocidad, de humor descarado y melancolía contenida que convirtió la saga en un fenómeno editorial. Los diálogos chisporrotean, los personajes mantienen esa humanidad entrañable que les caracteriza y la crítica social se cuela sin pedir permiso entre tanta risa y tanto disparate. Hay algo profundamente consolador en regresar a este universo donde la familia disfuncional sigue siendo el último refugio contra la estupidez del mundo. Pennac escribe como si nos hubiera echado de menos, como si después de dos décadas hubiera recordado que tenía cosas que decir sobre la paternidad, la escritura y esa capacidad humana para fabricar esperanza en medio del desastre. Término Malaussène es, en definitiva, el epitafio perfecto para una saga que nunca quiso tomarse en serio pero que consiguió retratar mejor que muchos libros solemnes las contradicciones de la Francia moderna. Pennac despide a sus criaturas con fuegos artificiales, con esa mezcla de astucia literaria y corazón en carne viva que le ha caracterizado siempre. Un final que sabe a poco y a mucho a la vez, como esos adioses que duelen y liberan al mismo tiempo.
Antonio Graña Ojeda