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EL CAMINANTE ROJO DE LAS MÉDULAS

EL CAMINANTE ROJO DE LAS MÉDULAS

 

Yo tengo un pequeño hotel rural en Carucedo, a tres kilómetros de Las Médulas. Ahora, las noches en la Peregrina, así se llama el hotel, son raras. No se oyen los grillos, ni nada. El día 13 de agosto, tres días después del incendio, a las dos de la mañana, el ruido de puertas cerrándose de golpe y las propias ventanas de mi habitación, de pronto abiertas de par en par, batían como posesas y me despertaron. Me asomé y observé los rosales calcinados zarandeándose y emitiendo un silbido seco; y los madroños del jardín, tostados por su cara sur, vomitando hojas secas; y en el campo de delante, carbonizado por el incendio, los remolinos levantaban la ceniza como un manto fantasmal que se enroscaba y se desenroscaba. A doscientos metros, al lado del Camino de Santiago de invierno, un castaño en el que las brasas seguían consumiendo su interior, cobró vida y comenzó a emitir chispas como una gigantesca bengala.

Todo empezó, o mejor sería decir que continuó, el domingo día 10. En Yeres, a siete kilómetros de mi hotel y a tres de Las Médulas, se había iniciado un incendio, pero ya estaba controlado. Normal. La vigilancia y el cuidado, al menos así lo creía, de ese territorio era especial porque es patrimonio de la humanidad. Yo estaba en Madrid y así se lo decía a mis conocidos que me ponían mensajes de preocupación. Pero vino ese extraño viento. Remolinos en todas direcciones. Tormenta seca lo llaman también y un tsunami de fuego de quince metros de altura se desplazó desde Yeres en dirección a Carucedo, arrasando el paraje de La Médulas. El trabajador que estaba en el hotel me iba relatando. Se ven las llamas muy cerca, cada vez más cerca. Despliega las mangueras. Moja todo. Ya está aquí. Nos echan. No puedo seguir. Nos evacuan. Pero, pero…. Pongo el 24 horas. Evacuan todo el pueblo de Carucedo. Son las seis de la tarde. En menos de una hora. No me lo puedo creer.  El nombre de mi pueblo en todos los informativos. El paraje de Las Médulas calcinado.

Me llama un familiar. Dicen que la Peregrina se ha quemado y la fábrica de cerveza y parte de las casas del pueblo en la parte alta. Me abrazo a mi mujer. Hago la mochila para irme y ella me dice que espere a la mañana. No me van a dejar pasar. A las cuatro de la mañana me levanto y durante el viaje de cuatro horas me voy imaginando las ruinas del hotel, fruto del trabajo y de los ahorros de toda mi vida.

Me paro en un surtidor para ver los guasaps que no cesan de entrar y recibo esa foto, la que veis en este artículo. El hotel es un oasis en un mar de ceniza y de blanco y negro. Se ha salvado. Me emociono.

Es verdad que no dejan pasar, pero yo conozco unas pistas de monte por las que colarme y llego. Sí, se ha salvado, y la piscina con su cubierta de madera y las placas solares. La casa de madera con todas las herramientas, no.  Tenía veinticuatro metros cuadrados y el tejado de pizarra y es un montoncillo de ceniza donde se intuyen con mucha imaginación una motosierra, una desbrozadora, un cortacésped y un corta setos; y muelles de colchones para sustituir y, en un lado, las barras deformadas de un futbolín profesional. Veo el portero de uno de los equipos derretido. El futbolín me duele. La valla de cierre de la finca está quemada y las mangueras e instalaciones eléctricas carbonizadas. No me importa. Estoy contento, pero al rato…

Han dejado que se queme el paraje, no tomaron medidas, no lo cuidaron, no había nadie el volante. No era verdad que por ser patrimonio de la UNESCO había más protección. No voy a caer en el “expertismo” que inunda las redes y los medios a posteriori, pero no vigilaron y se propagó. Retiraron los medios de extinción demasiado pronto, se reavivó y lo quemó todo. El parque del Retiro en Madrid tiene 125 hectáreas y 200 vigilantes. El monumento natural de Las Médulas tiene 5178 hectáreas, 41 veces más, y un par de guardias forestales. Poco más se puede decir.

En el hotel, anulaciones y también reservas solidarias. Ayer, una pareja se fue sin hacer el check out y puso un comentario muy negativo en las redes porque el pueblo olía a humo. Ya sabes: la víctima es el culpable. Pero miramos hacia delante. El Bierzo es un lugar precioso con lagos, ríos, monumentos y pueblos auténticos que permanecen con sus gentes acogedoras.

Veo como el viento insufla vida en el castaño quemado gritándome que lo hemos dejado morir y que está dispuesto a tomarse su venganza con su cabellera de chispas que el viento lanza a más de veinte metros en el Camino de Santiago. Un caminante rojo. Un fantasma del árbol que fue y que con voluntad propia quiere que todos pasemos por lo que pasó él. Hay peligro, me visto y bajo al vestíbulo del hotel donde me encuentro a un huésped asustado, lógicamente. Cargo una sulfatadora y varios cubos y voy a desactivarlo. Creo que lo he conseguido, pero siento su aliento y su agonía. Y una pena inmensa.

 

Samuel del Estal
Periodista, escritor, autor de El Club Bowie, premio Ramón Hernández de novela.

 

Samuel del Estal, un narrador incansable que transforma la realidad en literatura con la precisión de un periodista y la sensibilidad de un observador profundo, emerge como una voz singular en el panorama literario español contemporáneo. Nacido en el Bierzo leonés, una tierra de contrastes que ha impregnado su obra con ecos de tradición y modernidad, Del Estal ha forjado su camino entre el periodismo riguroso y la ficción evocadora, siempre con un pie en las historias cotidianas que palpitan con vida propia.

Su trayectoria profesional se inicia en el mundo del periodismo, donde ha colaborado en diversos medios, destacando su labor en reportajes que capturan la esencia humana de eventos locales y globales. Pero es en la literatura donde Del Estal despliega su verdadero talento: autor de novelas como El Club Bowie, galardonada con el Premio Ramón Hernández, esta obra fusiona elementos autobiográficos con un homenaje al icono musical David Bowie, explorando temas de identidad, memoria y transformación personal. Su estilo, marcado por una prosa fluida y descriptiva, incorpora anécdotas vividas –como la que relata en su crónica sobre el incendio de Las Médulas, donde su hotel rural en Carucedo se convierte en un oasis de resiliencia ante la devastación–, revelando una capacidad única para entrelazar lo personal con lo universal. Influenciado por el contexto rural de su origen, donde la naturaleza y las comunidades locales moldean su visión, Del Estal no solo escribe, sino que denuncia con sutileza, criticando negligencias ambientales y celebrando la tenacidad humana, como en su metáfora del «caminante rojo», un castaño ardiente que simboliza venganza y pérdida.

En esencia, Samuel del Estal representa al autor que humaniza el caos: un puente entre el lector y las verdades ocultas de la existencia, invitándonos a reflexionar sobre nuestra conexión con el entorno y el legado que dejamos. Su obra, aún en expansión, promete seguir iluminando los rincones olvidados de la experiencia humana.

 

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