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Cuando la leyenda se vuelve salvavidas: el delirio maternal de Fitzek

Cuando la leyenda se vuelve salvavidas: el delirio maternal de Fitzek

Había olvidado la capacidad de Sebastian Fitzek para convertir el pánico en literatura. La chica del calendario regresa a su territorio más fértil: el punto donde la desesperación materna se encuentra con lo imposible, donde una madre dispuesta a todo tropieza con leyendas urbanas que tal vez no sean tan urbanas ni tan leyendas. Olivia Rauch necesita encontrar a la madre biológica de su hija adoptiva Alma porque la niña se muere y necesita médula ósea de un familiar. Pero los expedientes están sellados, la burocracia es un muro y el tiempo se acaba como arena entre los dedos. Es entonces cuando aparece esa mujer a la salida de la agencia de adopción, esa desconocida que le susurra al oído la historia de «La chica del calendario»: una muchacha que se retiró a vivir en una cabaña perdida en el bosque donde una vela alumbraba la ventana de la cocina noche y día. Fitzek sabe que las madres desesperadas son capaces de creerse cualquier cosa si eso les da una pizca de esperanza. Y sabe también que las leyendas urbanas funcionan porque contienen algo de verdad, un poso de realidad que las hace verosímiles incluso cuando parecen disparatadas. La búsqueda de Olivia se convierte en una carrera contra el reloj que tiene todos los elementos del mejor Fitzek: una protagonista al límite de sus fuerzas, pistas que pueden ser reales o producto de la desesperación, y esa sensación constante de que el suelo se mueve bajo los pies. El alemán ha construido su carrera literaria explorando los rincones más oscuros de la psique humana, y aquí encuentra uno de los más profundos: el punto donde el amor maternal se vuelve obsesión y la obsesión se convierte en locura. No es casualidad que Fitzek haya elegido como protagonista a una madre adoptiva. La adopción añade una capa extra de complejidad emocional: Olivia no solo lucha por salvar a su hija, sino por demostrar que es digna de ser su madre, que el vínculo que las une es tan fuerte como el biológico. La leyenda de la chica del calendario funciona como esa clase de mitos modernos que necesitamos para dar sentido al sinsentido. Una muchacha que vive aislada del mundo, con una vela encendida permanentemente, como un faro para los náufragos de la esperanza. Fitzek entiende que en la literatura de suspense psicológico no importa tanto si los monstruos son reales como si los personajes creen que lo son. La chica del calendario puede existir o puede ser solo el delirio de una madre que ha perdido el norte, pero esa incertidumbre es precisamente lo que mantiene al lector pegado a las páginas. El thriller funciona porque Fitzek no trata a Olivia con condescendencia. No la convierte en una víctima pasiva ni en una heroína invencible: es simplemente una mujer normal enfrentada a una situación límite que la obliga a tomar decisiones extremas. La búsqueda contrarreloj de los padres biológicos de Alma se convierte así en algo más que un simple dispositivo narrativo: es una exploración de hasta dónde está dispuesta a llegar una madre para salvar a su hija, y qué precio está dispuesta a pagar por ello. La chica del calendario confirma una vez más que Fitzek es el número uno del thriller psicológico alemán porque entiende que los peores miedos no vienen de fuera sino de dentro, de esa zona oscura donde el amor se confunde con la obsesión y la esperanza con la desesperanza. Una novela que funciona como una máquina de crear angustia, pero también como un retrato descarnado de lo que significa ser madre cuando el mundo se desmorona.

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