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Cien años con Odón Betanzos

Un siglo se cumple del nacimiento de Odón Betanzos Palacios (Huelva, 1925 – Nueva York, 2007), y su nombre regresa con la claridad de aquellas voces que no se apagan. Poeta, narrador, crítico y académico, Betanzos pertenece a esa estirpe de escritores que vivieron desgarrados entre la memoria de la guerra y el exilio, entre la fidelidad a la tierra natal y la experiencia cosmopolita de un mundo abierto y herido a la vez.
La infancia de Odón estuvo marcada por la tragedia: su padre fue fusilado en 1936, en los primeros compases de la Guerra Civil, acusado de ser socialista. Esa herida se convirtió en sombra persistente y, más tarde, en materia de escritura. Desde entonces, su obra no dejó de dialogar con la pérdida, el dolor y la esperanza de redención.
A mediados de los años cincuenta emigró a Nueva York, donde se instaló definitivamente. Allí se formó como académico, se convirtió en profesor universitario y halló un lugar desde el cual mirar España con distancia y con nostalgia. Fue director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, miembro de distintas academias hermanas en América y Europa, y recibió distinciones como la Encomienda de Isabel la Católica o la Medalla de Andalucía. Pero más allá de los reconocimientos, su verdadera casa fue la palabra.
Su poesía, recogida en títulos como Santidad y guerrería, La mano universal o De ese Dios de las totalidades, late entre lo íntimo y lo trascendente, entre la experiencia personal y la búsqueda de sentido universal. En ella resuenan tanto la soledad del desterrado como el anhelo de reconciliación con la historia y con el misterio de lo humano. En narrativa, su gran obra fue Diosdado de lo Alto, una novela en dos volúmenes donde el trasfondo de la guerra civil se convierte en interrogación moral y en desgarro poético.
Quien lo lea hoy descubrirá una escritura que no se conforma con la belleza formal, sino que busca una verdad más honda. Betanzos creía que el escritor está herido por la palabra como por el veneno de una tarántula: “no hay más salida que entregarse por entero a la escritura”, decía. Y eso hizo, con obstinación y con fe en que la poesía puede todavía salvar la memoria de los hombres.
En Rociana del Condado, su pueblo natal, la Fundación Odón Betanzos Palacios custodia su legado y lo devuelve a las nuevas generaciones. En estos últimos años, la institución ha iniciado un resurgir que pretende acercar la obra del poeta a la educación y a la vida cultural andaluza. Es un modo de prolongar su voz, de evitar que el silencio se cierre en torno a ella.
Cien años después de su nacimiento, la figura de Odón Betanzos se nos ofrece como símbolo: el niño herido por la violencia, el emigrante que buscó destino en Nueva York, el profesor riguroso, el poeta incansable. Su obra habla de la desolación, pero también de la posibilidad de la luz. Y ese equilibrio, tan humano y tan necesario, lo convierte en un escritor todavía actual, alguien a quien volver en tiempos de incertidumbre.
Quizás por eso su centenario no es solo un homenaje: es también una invitación a leerlo, a escuchar de nuevo sus versos, a dejar que esa voz —nacida en el dolor y proyectada hacia lo universal— siga diciendo lo que aún necesitamos oír.

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